sábado, 14 de agosto de 2010

"...no olvidéis jamás que nuestra obra es de Dios..."

Obispo Mauro A. Rosell
Mensaje del Obispado en la Conferencia Anual del Barrio Villa Serra
El 20 de junio de 1820 fallecía en Buenos Aires uno de los principales actores de los sucesos libertadores de Argentina, el General Manuel Belgrano. A pesar de ser un personaje destacado en la revolución de mayo, y en las guerras de independencia, Belgrano murió en la pobreza. En parte esta condición se debía a su generosidad y desinterés. De él declaró Domingo Faustino Sarmiento:
General sin las dotes del genio militar, hombre de estado sin fisonomía acentuada... sus virtudes fueron la resignación y la esperanza, la honradez del propósito y el trabajo desinteresado.
El general José María Paz también reconoció sus virtudes:
Belgrano no tenía, como él mismo lo ha dicho, grandes conocimientos militares, pero poseía un juicio recto, una honradez a toda prueba, un patriotismo puro y desinteresado, el más exquisito amor al orden, un entusiasmo decidido por la disciplina y un valor moral que jamás se ha desmentido.”
De los miembros de la Primera Junta, él fue el único que renució al sueldo que le correspondía, y se mantenía con el salario de militar. Como recompensa por su labor como comandante del Ejército del Norte, había recibido cuatro mil pesos en terrenos fiscales, lo que hubiera bastado para pasar el resto de su vida sn problemas económicos. Sin embargo, Belgrano donó ese monto para el equipamiento de escuelas en el norte del país. En su lecho de muerte, entregó una de sus pocas posesiones valiosas, un reloj de oro, al médico que lo atendía por carecer de otros recursos para pagarle. Para la tumba del patriota, sus familiares debieron retirar una placa de mármol de un mueble de la casa y usarla como lápida.
Como muchos patriotas americanos, Manuel Belgrano creía firmemente que su obra de liberación de los países americanos era inspirada por Dios. En ocasión de ser bendecida la bandera por primera vez en Jujuy, el 25 de mayo de 1812, Belgrano declaró:
“... no es obra de los hombres, sino de Dios Omnipotente, que permitió a los americanos que se presentase la ocasión de entrar al goce de nuestros derechos. Pero esta gloria debemos sostenerla de un modo digno, con la unión, la constancia y el exacto cumplimiento de nuestras obligaciones hacia Dios, hacia nuestros hermanos, hacia nosotros mismo; a fin de que haya de tener a la vista para conservarla libre de enemigos y en el lleno de su felicidad.
“... soldados de la patria: no olvidéis jamás que nuestra obra es de Dios; que El nos ha concedido esta Bandera, que nos manda la sostengamos, y que no hay una sola cosa que no nos empeñe a mantenerla con el honor y decoro que le corresponde. Nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, y nuestros conciudadanos, todos, todos, fijan en vosotros la vista y deciden que a vosotros es a quienes corresponderá todo su reconocimiento si continuáis en el camino de la gloria que os habéis abierto
.”

La verdad revelada enseña que, verdaderamente, la liberación de los paises americanos del dominio europeo constituye una preparación necesaria para la restauración del Evangelio. En el Libro de Mormón, Nefi vió en una visión profética el descubrimiento de América, la tierra prometida, y las posteriores luchas de la independencia:
miré, y vi entre los gentiles a un hombre que estaba separado de la posteridad de mis hermanos por las muchas aguas; y vi que el Espíritu de Dios descendió y obró sobre él; y el hombre partió sobre las muchas aguas, sí, hasta donde estaban los descendientes de mis hermanos que se encontraban en la tierra prometida.
Y aconteció que vi al Espíritu de Dios que obraba sobre otros gentiles, y salieron de su
cautividad, cruzando las muchas aguas.
” (Nefi 13:12-13 )
Y vi que las madres patrias de los gentiles se hallaban reunidas sobre las aguas, y sobre la tierra también, para combatirlos.
Y vi que el poder de Dios estaba con ellos, y también que la ira de Dios pesaba sobre todos aquellos que estaban congregados en contra de ellos para la lucha.
“Y yo, Nefi, vi que los gentiles que habían salido de la cautividad fueron librados por el poder de Dios de las manos de todas las demás naciones.
Y ocurrió que yo, Nefi, vi que prosperaron en la tierra.” (1 Nefi 13:17-19)
Los patriotas americanos propugnaron la libertad religiosa, condición indispensable para que la incipiente semilla del evangelio pudiera germinar, crecer y extenderse por el mundo, en medio de la abundante hierba de las doctrinas de los hombres. Así, en la primera mitad del siglo XIX, las condiciones estaban dadas para “...establecer los cimientos de esta iglesia y de hacerla salir de la obscuridad y de las tinieblas, la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra...” (D.y C. 1:30 )
Esta dispensación del cumplimiento de los tiempos tuvo su apertura con la aparición del Padre y el Hijo al joven José Smith. Después, el ángel Moroni le mostró a José dónde se habían enterrado las planchas que contenían el Libro de Mormón. A José se le dio poder para traducirlas. Durante la traducción, José y Oliver Cowdery leyeron acerca del bautismo. Oraron para saber qué debían hacer. El 15 de mayo de 12829, a orillas del río Susquehanna Se les apareció un mensajero angelical, Juan el Bautista, el cual declaró:
Sobre vosotros, mis consiervos, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del
ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados...
” (D.y C. 13:1 )
Los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, a quienes el Señor entregó las llaves de Su Iglesia durante Su ministerio, se les aparecieron a continuación y confirieron sobre José y Oliver el sacerdocio
mayor, o “el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios.” (D. y C. 107:3)
El sacerdocio es la autoridad y el poder que Dios ha concedido a los hombres sobre la tierra para actuar por Él. Cuando la autoridad del sacerdocio se ejerce como es debido, los portadores del sacerdocio hacen lo que Él haría si estuviera presente.
Mediante las llaves del sacerdocio, tuvieron acceso a todos los poderes del cielo. Nunca ha sido fácil vivir el evangelio de Jesucristo. No fue fácil cuando Él vivía, ni fue fácil en los primeros
días de la Iglesia. Los primeros santos estuvieron sujetos a un sufrimiento y a una oposición indescriptibles. La obra del Señor avanzó lentamente durante mucho tiempo, pero la autoridad y el poder del Sacerdocio constituyeron su cimiento, y constituyen su fortaleza en todos los tiempos. En una reunión realizada en Buenos Aires en julio de 1926, cuando apenas había un puñado de santos en Argentina, el Élder Melvin J. Ballard hizo la siguente declaración profética:
La obra del Señor se llevará a cabo aquí en forma lenta por cierto tiempo, tal como un roble crece lentamente desde una bellota. No florecerá en un día como el girasol, que se desarrolla rápidamente y luego muere, pues miles se uniran a la Iglesia.
Y así sucedió. Y la fortaleza actual de la Iglesia en esta tierra prometida y en todo el mundo reside en su autoridad divina del Sacerdocio, y en la rectitud y fidelidad personal de cada uno de los santos. El profeta Nefi también dijo que “el poder del Cordero de Dios descendió sobre los santos de la iglesia del Cordero y sobre el pueblo del convenio del Señor, que se hallaban dispersados sobre toda la superficie de la tierra”, y dijo que “tenían por armas su rectitud y el poder de Dios en gran gloria." (1 Nefi 14:14)
Así como la fortaleza de una muralla reside en la fortaleza indivdual de cada uno de los ladrillos que la componen, así debemos edificar este reino al fortalecer a cada uno de los santos. Necesitamos a todos. Los cansados, agotados o perezosos, e incluso quienes estén limitados por la culpa, deben ser restaurados mediante el arrepentimiento y el perdón. Demasiados de nuestros hermanos del sacerdocio viven por debajo de sus privilegios y de las expectativas del Señor. Debemos avanzar confiando en el poder celestial del sacerdocio. Es una fuente de fortaleza y ánimo saber quiénes somos, qué tenemos y qué debemos hacer en la obra del Todopoderoso.
El presidente Harold B. Lee declaró: “Me parece que es claro que la Iglesia no tiene opción —y nunca la ha tenido— sino hacer más para ayudar a la familia a cumplir con su misión divina; no sólo porque es el orden de los cielos, sino, además, porque es la contribución más práctica que podemos hacerle a nuestra juventud: ayudar a mejorar la calidad de vida de los hogares Santos de los Últimos Días. A pesar de lo importante que sean nuestros muchos programas y esfuerzos organizacionales, éstos no deben suplantar al hogar; deben apoyar al hogar.
El presidente Joseph F. Smith hizo la siguiente declaración acerca del sacerdocio en el hogar: “En el hogar, la autoridad presidente es siempre investida en el padre, y en todos los asuntos del hogar y de la familia no hay otra autoridad mayor.
El Élder Boyd K.Packer hizo este pedido: “Dado que el sacerdocio está actualmente en todo el mundo, llamamos a todo élder y sumo sacerdote, a todo poseedor del sacerdocio, a permanecer, ..., cada uno en su lugar. Ahora debemos reavivar en todo élder y sumo sacerdote, en todo quórum y grupo, y en el padre de todo hogar, el poder del sacerdocio del Todopoderoso. Los quórumes del sacerdocio deben ministrar y velar por los hogares que no tienen el sacerdocio. De esta manera, no faltará ninguna bendición en ninguna morada de la Iglesia.
No hay dudas de que la obra del Señor prevalecerá. Y es sabido que debemos reunir todos nuestros esfuerzos y estar unidos. La autoridad del sacerdocio está con nosotros. Ahora es nuestra la responsabilidad de activar el poder del sacerdocio en la Iglesia. La autoridad del sacerdocio viene por medio de la ordenación; el poder del sacerdocio viene mediante una vida fiel y obediente al honrar convenios, y aumenta al ejercitar y usar el sacerdocio en rectitud. Ahora bien, padres, quisiera recordarles la naturaleza sagrada de su llamamiento. Se les ha dado el poder del sacerdocio directamente del Señor para proteger su hogar. Habrá ocasiones en que el único escudo que haya entre su familia y la malicia del adversario será ese poder. Ustedes recibirán dirección del Señor por medio del don del Espíritu Santo.
En la actualidad, el adversario no está atacando nuestras congregaciones con muchedumbres enardecidas, que saquean, persiguen y matan a los santos, e incendian y destruyen sus lugares sagrados. En general, tenemos la libertad de reunirnos según nuestros deseos, y de practicar libremente nuestras creencias sin mucha interrupción. Pero él y aquellos que lo siguen han encontrado una forma tan sutil como eficaz de entorpecer la obra del Señor: son persistentes al atacar al hogar y a la familia.
El objetivo principal de toda actividad de la Iglesia es que el hombre, su esposa y sus hijos sean felices en el hogar, protegidos por los principios y las leyes del Evangelio, sellados de manera segura en los convenios del sacerdocio sempiterno. Cada ley, y principio y poder, cada creencia, cada ordenanza y ordenación, cada convenio, cada discurso y cada Santa Cena, cada consejo y corrección, los sellamientos, los llamamientos, los relevos, el servicio: todos tienen como propósito principal la perfección de la persona y la familia, porque el Señor ha dicho: “Ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” (Moisés 1:39)
Cuan aplicables son, entonces las ya casi bicentenarias palabras de Manuel Belgrano: “no olvidéis jamás que nuestra obra es de Dios; que El nos ha concedido esta Bandera, que nos manda la sostengamos, y que no hay una sola cosa que no nos empeñe a mantenerla con el honor y decoro que le corresponde. Nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, y nuestros conciudadanos, todos, todos, fijan en vosotros la vista y deciden que a vosotros es a quienes corresponderá todo su reconocimiento si continuáis en el camino de la gloria que os habéis abierto.
Nuestra obra es de Dios. La bandera que nos ha concedido es el estandarte del Evangelio, y nos manda que mantengamos en alto estas verdades al vivir dignos de ellas y de la confianza que se nos ha concedido, “...en memoria de nuestro Dios, nuestra religión, y libertad, y nuestra paz, nuestras esposas y nuestros hijos...” (Alma 46:12)

Monumento al General Manuel Belgrano, Plaza de Mayo, Buenos Aires

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