viernes, 14 de agosto de 2009

Sión florecerá, y la gloria del Señor descansará sobre ella.

Obispo Mauro A. Rosell
Discurso de la Conferencia Anual del Barrio Villa Serra.

El establecimiento de Sión es una causa que ha interesado al pueblo de Dios en todas la edades del mundo. Es una causa por la que han trabajado, predicado y aún ofrendado sus vidas cientos de personas. Sin embargo, la edificación de la ciudad celestial requiere más que levantar muros y paredes: requiere edificar vidas, elevar los espíritus y purificar a los habitantes de Sión. Enoc en la antigüedad logró tal cometido, y la unidad y rectitud que logró su pueblo hicieron que fueran llevados al cielo por el Señor.
Tal como en nuestra época, Enoc y su pueblo vivieron en un tiempo de hostilidad e iniquidad. Pero los justos respondieron. “ Y el Señor llamó SIÓN a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:18) La palabra porque es clave en este pasaje. Sión se establece y florece por la vida y las labores de sus habitantes. Sión no llega como un obsequio del cielo, sino que se funda en dos virtudes de su pueblo: ser uno en corazón y voluntad, y vivir en rectitud.
J.R.R. Tolkien escribió que “en verdad nada revela tan claramente el poder del Señor Oscuro como las dudas que dividen a quienes se le oponen.” (John R. R. Tolkien, “El Señor de los Anillos: la comunidad del Anillo”, pág. 480) Tolkien se refería a los personajes de su novela El Señor de los Anillos, pero el mismo razonamiento se aplica al pueblo del Señor. Nada revela más claramente el poder de Satanás que las dudas y divisiones que surgen entre los discípulos de Jesucristo. Un requisito para poder triunfar en la guerra entre el bien y el mal, es mantenerse unidos.
Cada vez que hablamos de establecer Sión, estamos invitando a las personas al Barrio, a la Estaca, a venir y esforzarnos en unión por establecer el Reino de nuestro Dios. No hay lugar para disputas y mezquindades. Para edificar esa Sión, debemos dejar de lado nuestro egoísmo, nuestros rencores, nuestro amor por la comodidad. En el proceso mismo del esfuerzo y las dificultades, llegamos a conocer mejor a nuestro Padre Celestial.
La rectitud y la pureza de corazón son cualidades inherentes a los habitantes de Sión. “Por tanto, de cierto, así dice el Señor: regocíjese Sión, porque esta es Sión: los puros de corazón...” (Doctrina y Convenios 97:21) Sión, el hogar, la Iglesia se vuelven entonces un refugio seguro contra la inmundicia y la inmoralidad reinantes en el mundo.
El siguiente es un relato de uno de los primeros y fieles constructores de la moderna Sión. John R. Moyle vivía en Alpine, Utah, a unos 35 kilómetros del Templo de Salt Lake, donde trabajaba como capataz de los artesanos durante la construcción del mismo. Para estar siempre en el trabajo a las 8:00 de la mañana, el hermano Moyle tenía que ponerse en camino alrededor de las 2:00 de la madrugada del día lunes. Terminaba la semana de trabajo a las 5:00 de la tarde del viernes y volvía caminando a casa, donde llegaba poco antes de la medianoche. Repitió ese horario todas las semanas durante todo el tiempo que sirvió en la construcción del templo.
Una vez, estando en su casa, en un fin de semana, una de las vacas le dio una patada en la pierna, destrozándole el hueso un poco más abajo de la rodilla. Con la ayuda médica de la que disponían en esas zonas rurales, su familia y sus amigos sacaron una puerta de sus bisagras y lo ataron a esa improvisada mesa de operaciones. Tomaron una sierra que habían estado empleando para cortar las ramas de un árbol cercano y le amputaron la pierna por debajo de la rodilla.
Cuando por fin, más allá de cualquier posibilidad médica, la pierna empezó a sanar, el hermano Moyle tomó un pedazo de madera y se hizo una pierna artificial. Primero caminó por la casa, luego alrededor del jardín y finalmente se aventuró por su propiedad. Cuando sintió que podía soportar el dolor, se puso la pierna, caminó los 35 kilómetros hasta el Templo de Salt Lake, se subió al andamio y, cincel en mano, grabó en la piedra: "Santidad al Señor"(Élder Jeffrey R. Holland, "Como palomas en nuestra ventana", Liahona julio 2000)
El sacrificio que el Señor nos pide para ser edificadores de Sión hoy en día es distinto. Así como los pioneros dejaron atrás sus vidas, sus posesiones, y todo lo que tenían para establecer el Reino, nosotros debemos dejar atrás todo lo que nos aleje de esta meta. Trabajar en unión, con un corazón puro, para que las palabras "Santidad al Señor" se graben, no en la piedra, sino en nuestro corazón.
El establecimiento de Sión debe ser la meta de todo miembro de la Iglesia. Hay satisfacciones y bendiciones en esta noble causa. Nuestra vida personal se transforma. El hogar ya no es un hotel sino un refugio de paz seguridad y amor. La sociedad en si cambia. En Sión, cesan las contenciones y las disputas; desaparecen las distinciones de clases y el odio; nadie es pobre, ni espiritual ni temporalmente, y deja de existir toda iniquidad. Como muchos han atestiguado, “ciertamente, no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los... creados por Dios” (4 Nefi 1:16).

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