lunes, 28 de enero de 2008

GORDON B. HINCKLEY: EDIFICADOR DE VIDAS.

Esta mañana el día amaneció gris y triste, y una débil llovizna me acompañó el trayecto hasta mi trabajo. Era como si los cielos lloraran suavemente por alguna razón. Mi corazón se confundió con el cielo cuando abrí mi correo electrónico y leí la noticia de que la noche anterior había fallecido Gordon Bittner Hinckley, decimoquinto Presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y Profeta del Señor.

Para los que somos conversos con pocos años en la Iglesia, el Presidente Hinckley era el profeta. Escuchamos hablar a los más experimentados de los Presidentes Kimball, Benson o MacKay, estudiamos sus inspiradas palabras y aplicamos sus consejos. Pero, al menos a mi, cuando pienso en un profeta, la imagen del Presidente Gordon B. Hinckely viene a mi mente.

Recuerdo aún la primera vez que oí hablar de él. En la primavera de 1996, cuando era un estudiante universitario, una compañera nos dijo un día que no podría asistir a un examen muy importante, ya que tenía que viajar a Buenos Aires. Cuando le pregunté qué era lo que ella consideraba tan prioritario como para no rendir ese examen, me contestó: “voy a escuchar al Profeta”.

Seguidamente sacó de su bolso una tarjeta de invitación amarilla, con la fotografía del Presidente Hinckley impresa en ella. Me explicó que esa persona era el Presidente de la Iglesia a la cual ella asistía, que se lo consideraba el Profeta de Dios sobre la tierra. Me llamó mucho la atención su aspecto. Más que un profeta, parecía un dulce y tierno abuelo, de esos que a menudo vemos paseando con sus nietos. Pero había algo en su rostro, una dignidad y una majestuosidad raras veces vistas en un hombre. Esas cualidades lo hacían familiar y extraordinario al mismo tiempo. Más tarde, me di cuenta que ese mismo día llegué a saber en mi corazón que Gordon B. Hinckley era el Profeta de Dios.

Luego de mi conversión el verano siguiente, aprendí a amar la dulce voz del Presidente Hinckley y su sutil sentido del humor. Esperaba ansiosamente escucharle en la Conferencias Generales, o leer sus palabras en las revistas de la Iglesia. Su consejo inspirado me ayudó a tomar la decisión de servir una misión, de ser digno de entrar al Templo para sellarme con mi esposa por la eternidad, de vivir una vida recta. En un maravilloso mensaje titulado “Sean dignos de la joven con la cual se van a casar algún día”, él dijo:

“Esa joven deseará contraer matrimonio con alguien que la ame, que confíe en ella, que ande a su lado, que sea su mejor amigo y compañero. Deseará casarse con alguien que la aliente en sus actividades de la Iglesia y en las de la comunidad que les ayudará a desarrollar su talento y a hacer una contribución más grande a la sociedad. Deseará casarse con alguien que tenga un sentido de prestar servicio a los demás, que esté dispuesto a contribuir a la Iglesia y otras causas buenas.”1

Siendo un misionero, recuerdo haber participado en una transmisión histórica, en que el Presidente Hinckley se dirigió a los misioneros y líderes de la Iglesia. En ella enseñó sobre la importante obra de predicar el Evangelio y de fortalecer a los nuevos conversos. Ese mensaje se conoce como “Apacienta mis ovejas”, y sirvió de guía e inspiración en el trabajo de muchos misioneros:

“Hermanos y hermanas, a todos ustedes en los barrios y estacas y los distritos y las ramas quiero invitarlos a que formen parte de un amplio ejército con verdadero entusiasmo por esta obra y con un enorme deseo de ayudar a los misioneros en la inmensa responsabilidad que tienen de llevar el Evangelio a toda nación tribu, lengua y pueblo.”

“Les ruego... que reciban con los brazos abiertos a los que se unan a la Iglesia y se hagan amigos de ellos, que los hagan sentir bienvenidos y cómodos, y veremos resultados maravillosos. El Señor les bendecirá para que puedan ayudar en este gran proceso de la retención de conversos.”2

Su decidida defensa de las familias y de los valores morales le valió varios reconocimientos y condecoraciones. Uno de los hitos de su administración es el documento conocido como “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, en donde la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles exhortan a todo el mundo a defender y fortalecer la institución de la Familia:

”La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno. Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa. Hay más posibilidades de lograr la felicidad en la vida familiar cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes. Por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida. La responsabilidad primordial de la madre es criar a los hijos. En estas responsabilidades sagradas, el padre y la madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente.”3

El Presidente Hinckley tenía un fuerte testimonio del Salvador Jesucristo, y viajó por muchos lugares del mundo sirviendo como testigo de la divina misión del Redentor. Su fervorosos sentimientos sobre el Salvador Jesucristo quedó plasmado, junto con el de los Doce Apóstoles el la proclamación titulada “El Cristo viviente”:

“Al conmemorar el nacimiento de Jesucristo hace dos milenios, manifestamos nuestro testimonio de la real­idad de Su vida incomparable y de la virtud infinita de Su gran sacrificio expiatorio. Ninguna otra persona ha ejercido una influencia tan profunda sobre todos los que han vivido y los que aún vivirán sobre la tierra.”

“Damos testimonio, en calidad de Sus apóstoles debida­mente ordenados, de que Jesús es el Cristo Viviente, el inmor­tal Hijo de Dios. El es el gran Rey Emanuel, que hoy está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero. Gracias sean dadas a Dios por la dádiva incomparable de Su Hijo divino.”4

Su profundo amor y preocupación por la juventud de la Iglesia quedó demostrado cuando, en una reunión especial en 2001, se dirigió a los jóvenes, les brindó consejo y oró por ellos:

“Oh Dios, nuestro Padre Eterno, como Tu siervo, me inclino ante Ti en oración en beneficio de estos jóvenes diseminados por la tierra, quienes están reunidos esta noche en congregaciones por todas partes. Ten a bien sonreír con aprobación sobre ellos. Por favor escúchalos a medida que eleven sus voces en oración a Ti. Por favor llévalos tiernamente de la mano en la dirección que deben seguir.”
“Por favor ayúdalos a andar en los senderos de verdad y de rectitud y guárdalos de la maldad del mundo. Bendícelos para que sean felices unas veces y serios en otras, para que puedan gozar de la vida y beber de su plenitud. Bendícelos para que anden aceptablemente ante Ti como Tus preciados hijos e hijas. Cada uno de ellos es Tu hijo, con la capacidad de realizar cosas grandes y nobles.”
“Consérvalos en el alto sendero que conduce al éxito. Presérvalos de los errores que podrían destruirlos. Si han errado, perdona sus transgresiones y llévalos de nuevo a los caminos de paz y de progreso.”
“Estas bendiciones las suplico humildemente con gratitud por ellos e invoco Tus bendiciones sobre ellos con amor y afecto, en el nombre de Él, que lleva las cargas de nuestros pecados, sí, el Señor Jesucristo. Amén.”5

Siempre fue un profundo conocedor y divulgador de la historia de la Iglesia. En su último discurso en una Conferencia General, el Presidente Hinckley describió el progreso del Reino de Dios sobre la tierra desde aquella humilde oración del joven José Smith, y testificó de la naturaleza divina de ésta obra:

“La Iglesia se ha convertido en una enorme familia diseminada por toda la tierra. Está sucediendo algo maravilloso y extraordinario; el Señor está cumpliendo Su promesa de que Su evangelio sería como la piedra cortada del monte, no con mano, que rodaría hasta llenar toda la tierra, como se le manifestó a Daniel en una visión (véase Daniel 2:31-45; D. y C. 65:2). Está ocurriendo un milagro ante nuestros ojos.”6

El presidente Hinckley, con su administración inspirada, fue responsable de gran parte de este crecimiento asombroso. Durante su ministerio como profeta, se alcanzaron los trece millones de miembros de la Iglesia en todo el mundo. El programa de construcción por él revelado duplicó el número de Templos dedicados en el planeta, llevándolos a ciento veintisiete. Sus constantes viajes por las naciones bendijeron, elevaron e inspiraron a las personas y fortalecieron sus testimonios. Sin duda, el Presidente Hinckley será recordado como un edificador, no sólo de Templos, sino como un edificador de vidas, un edificador del Reino de Dios.

Amamos al Presidente Hinckley y lo vamos a extrañar. Seguramente ahora está reuniéndose con su amada Marjorie, su compañera de toda la vida y de toda la eternidad, de quién tanto le costó separarse hace algunos años. Seguramente estará recibiendo las bendiciones reservadas a aquellos grandes y nobles. Que el Señor le bendiga en su tan merecido reposo. Que nos bendiga a nosotros para recordar siempre sus enseñanzas, para seguir siempre su ejemplo como discípulos del Señor Jesucristo.

Se que Gordon B. Hinckley fue un Profeta del Señor, y que por medio de él, nuestro Padre Celestial nos ha dado la guía necesaria para enfrentar estos tiempos tan desafiantes que nos toca vivir. Nuevamente, amamos al Presidente Hinckley. Hoy más que nunca, cantamos con fervor:

“Te damos, Señor, nuestras gracias,
que mandas de nuevo venir
profetas con Tu Evangelio,
guiándonos como vivir.”7




Notas:

1 Gordon B. Hinckley, “Sean dignos de la joven con la cual se van a casar algún día ”, Liahona, Julio de 1998.

2 Gordon B. Hinckley, “Apacienta mis ovejas”, Liahona, Julio de 1999.

3 La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”.

4 La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, “El Cristo viviente”, Liahona, Abril de 2001.

5 Gordon B. Hinckley, “El consejo y la oración de un profeta en beneficio de la juventud”, Liahona, Abril de 2001.

6 Gordon B. Hinckley, “La piedra cortada del monte”, Liahona, Noviembre de2007.

7 “Te damos, Señor, nuestras gracias.”, Himnos, Número 10.

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